lunes, 7 de abril de 2008

RUTAS: Navarra, Selva de Irati y Roncesvalles



Navarra ofrece algunos de los parajes más hermosos de la geografía española. Carreteras de asfalto impecable, puertos de montaña llenos de curvas y unos bosques en los que el colorido de su vegetación embriaga la vista y el olfato. Y si paramos a comer sus excelentes vinos embriagan el resto. Desde Pamplona hasta el sur de Francia encontramos prados, montaña y sobre todo unos bosques centenarios de incomparable hermosura. Si además nos desviamos y nos tomamos el trabajo de penetrar la Selva de Iratí, será sin duda una experiencia para compartir.

Recomendaciones: la mejor época para visitar Navarra es en otoño, cuando los bosques se visten con toda la gama imaginable de amarillos, ocres y castaños que ningún pintor podría imitar. El verano y la primavera también son buenas épocas, aunque la época estival trae también consigo una afluencia de turistas que a veces entorpece un poco la circulación. Muy recomendable llevar encima la chaqueta de cordura o el chubasquero, ya que tanto bosque está ahí porque las lluvias caen y bien.

Partimos de Pamplona-Iruña hacia el norte por la N-135, tramo que requiere cierta calma por el intenso tráfico que soporta a diario. Pero los pacientes tienen premio y en menos de 22 kilómetros la carretera se despeja. Seguimos adelante pasando por Esteribar, Linzoain-Erro y Auritzberri-Espinal. En este tramo las curvas se enlazan, sin prisa pero sin pausa, el olor de la vegetación penetra dulcemente en nuestro sistema respiratorio y salvo por alguna que otra hoja suelta, la carretera es excelente. Poco a poco nos relajamos, y empezamos a disfrutar de la música de estas curvas privilegiadas.
Torcemos a la derecha por la N-140, alejándonos a la sombra de los Pirineos, pasando Garralde y Aribe, donde torcemos a la izquierda por una pequeña carretera de montaña y prado, tentadora en su buen asfalto, pero temible en sus vaquitas sueltas que no han oído hablar de los pasos de cebra en su vida. En poco más de diez kilómetros, que se hacen cortos, llegamos a la entrada del Parque Nacional de la Selva de Iratí.

El espacio natural se recorre por un camino asfaltado bastante estrecho, de dudoso cemento armado. Pero aquí lo mejor es ir tranquilo, disfrutando del aire limpio y oxigenado, de los espacios recoletos de sombra y sol y del escaso tráfico. Al cabo de unos quince kilómetros de pastoril goce, una cadena nos recuerda que hemos llegado al límite permitido a vehículos de motor. A pie se puede continuar incluso cruzar hasta Francia, si se tienen buenas piernas y mejor orientación. Como nosotros no tenemos ninguna de las dos cosas, nos volvemos por donde hemos venido hasta volver a encontrar nuestra vieja amiga la N-135. Pero en lugar de volver a casa, aún con hambre de carretera torcemos a la derecha dirección Francia.
Pasado Auritz-Burguete alcanzamos el desfiladero de Roncesvalles, donde aún resuenan los pasos de tantos conquistadores y en el que, aguzando el oído, se puede imaginar el cuerno de Rolando avisando a los caballeros cristianos de la llegada de las huestes “infieles”. Aquí acabó la invasión árabe de Europa, cuado muy sabiamente, las huestes africanas decidieron que con la península Ibérica ya tenían bastante (salva sea Asturias y Don Pelayo, claro está). El tramo de Roncesvalles es complicado, sobre todo para sortear las caravanas y monovolumenes venidos de toda la geografía europea y que a veces hacen lento el progreso. Pero el desfiladero es espectacular, y las curvas de la carretera aún más. Se puede seguir hasta Francia y comer en alguno de los múltiples restaurantes que ofrecen al turista diferentes opciones de comida vasco-francesa, eso sí, a precios “de turista”. Pero vale la pena detenerse en estos pueblitos tan coquetos, cuidados y pintorescos, como St. Jean Pied-de-Port; que parecen detenidos en el tiempo. Incluso a veces tenemos la extraña sensación de estar en un decorado de cine, aunque qué mejor sitio para hacer parada y fonda y degustar un pollo a la cacerola o un buen pastis, que aunque no sea típico de la zona entra que da gusto.
Desde aquí sólo queda emprender el regreso, saboreando de nuevo la carretera sinuosa y arbolada hasta caer de nuevo en Pamplona, donde descansar de nuevo bajo la sombra de Hemingway.
Total de la ruta: ida y vuelta aproximadamente 140 kilómetros.




3 comentarios:

Ricky dijo...

Muy interesante tus rutas por Navarra. Por cierto, yo soy de alli, concretamente mas al sur, en la ribera del Ebro, que tambien tiene sus encantos por descubrir. Cuando quieras te pasas por aqui y seguiras disfrutando muchisimo. Me gusta tu blog.

Ricky dijo...

Muy interesante tus rutas por Navarra. Por cierto, yo soy de alli, concretamente mas al sur, en la ribera del Ebro, que tambien tiene sus encantos por descubrir. Cuando quieras te pasas por aqui y seguiras disfrutando muchisimo. Me gusta tu blog.

basati dijo...

Hola, soy de la vieja Iruña y esta es una ruta que suelo hacer dos o tres veces al año, y es una pasada.
Es una ruta para ir disfrutando del paisaje y de la moto, no de "quemadillo"
Saludos y enhorabuena por tu blog
Vsssssssssssss