lunes, 19 de marzo de 2007

Hay dos clases de moteros...

Móstoles, Madrid, pista de exámenes de la DGT. Una mañana de enero de 2005 con un frío que partía los labios. Siete chicos y chicas acabábamos de aprobar el examen del carnet de moto, el codiciado A. Yo todavía estaba en la nube de haber hecho el mejor circuito de mi vida, sin un fallo, sin un atisbo de nerviosismo. Por primera y única vez había bordado el eslalom, el trébol y la rampa. Dios (o algo parecido) existe.El profe, cuyo nombre no recuerdo, nos miró a todos y sonriendo dijo: "¿Todos sabéis que hay dos clases de moteros? Los que se han caído y los que se van a caer".

La verdad es que todos nos quedamos un poco acongojados y por primera vez me di cuenta de que en el asiento de atrás siempre íbamos a tener un "paquete": el miedo.El miedo a caerte, a perder ese equilibrio inestable que te mantiene sobre dos ruedas de caucho mientras te desplazas a una velocidad suficiente para romperte varias cosas que todos apreciamos: las piernas, los brazos, el cuello, la cabeza.El profe en cuestión tenía varios tornillos en una pierna. Aún así seguía montando en moto, con lluvia, con frío, con nieve.... ¿Estamos locos los moteros?Pregunta difícil de contestar y que me temo que tiene tantas respuestas como conductores. Y no hablo de los chavales montados en una supersport que van subiendo un puerto de montaña a 180 km/h, tampoco de los peloceniceros de centro comercial en sus scooters trucados, sin casco y con escape libre a toda leche entre el tráfico. Hablo de la inmensa mayoría de los moteros, los que tenemos familia e hijos, pasamos de la treintena y usamos cascos homologados.Porque todos sabemos, en cuanto nos compramos una moto, que más tarde o más temprano nos vamos a caer.Y no hablo de esas caídas tontas en parado por un poco de grava o dejarte el candado de disco puesto. Hablo de las caídas en carretera, cuando tu cuerpo sale lanzado a 80, 100 o 120 kilómetros por hora, rebotando sobre el asfalto. Si tienes suerte acabas sólo con parte de tu cuerpo quemada y algún hueso roto. Si en cambio te encuentras con una pared, un bordillo o un guardarraíl y sus cuchillas... bueno, pues eso.Entonces ¿por qué? Explicarle esto a alguien que no ha conducido nunca una moto es como intentar explicarle los colores a un ciego de nacimiento. Sólo tienes una respuesta cuando has conducido tu moto por unas curvas con buen asfalto, un día de sol, cuando en verano pasas por un pinar y el perfume de los árboles se te mete dentro del casco.
Incluso cuando tienes un susto al entrar demasiado fuerte en una curva y ves que se cierraaaaa...
Incluso cuando los colgados de siempre te adelantan en la autovía a pocos centímetros de tu cuerpo...
Incluso cuando una lluvia de invierno te cala hasta los huesos y sientes un frío en el alma que no puedes combatir...Todos los moteros esperamos el día en que nos caeremos. Sólo rogamos que cuando llegue, no nos matemos, ni nos mutilemos, ni se nos rompan los huesos en trozos que haya que atornillar durante meses de dolor y angustia.Porque independientemene de cómo conduzcas, hay factores que no puedes controlar. El enlatado que no mira por el retrovisor, la mancha de aceite en la curva, la placa de hielo, el guardarraíl asesino... Sabes que más tarde o más temprano, tu número saldrá. Sólo esperas que seas como ese motero con el que hablaste una vez y que en veinte años de moto sólo ha tenido una caída en gravilla con un hombro dislocado. O ese otro que se cayó en la autovía a 120 y sólo tuvo quemaduras en el costado y el brazo y un esguince de tobillo.El tiempo dirá.De todas maneras, seguiremos montando, seguiremos curveando...
Nadie nos podrá quitar eso, porque bajarnos de la moto, rendirnos ante el miedo sería como cortarse un brazo sólo porque quizás algún día te lo vayas a romper. O cortarte "aquello" porque quizás algún día te peguen una enfermedad.
El hombre que vive en una burbuja sólo conseguirá eso, vivir en una burbuja aislado de la vida, con miedo a todo. Y luego se desnucará en la bañera.

No hay comentarios: